Iconografía
Bien tan preciado como es el Tribunal de las Aguas en la historia de nuestra ciudad y reino, institución tan modélica que ha sobrevivido al paso de los siglos, de la misma forma que a lo largo de todos los tiempos ha quedado reflejado en los escritos de viajeros, literatos, escritores costumbristas, cronistas o simples visitantes, su imagen gráfica, así como la del padre Turia, ha servido para ilustrar distintos trabajos de investigación sobre el mismo, simples reseñas de viajes, novelas, cuando no iconografía de portadas, fuentes y monumentos en los que las nobles figuras de los síndicos y huertanos, ya sentados en aquel primitivo banco o en los recios sillones de nuestros días, vistiendo sus coloridos trajes o austeras blusas, representaban lo genuinamente valenciano, nuestras costumbres, nuestra historia, las raíces de un pueblo que van más allá del pasado milenio y que siempre nos ha recordado uno de los muchos aspectos de nuestra personalidad e identificación como pueblo. De ahí, el aprecio, simpatía, orgullo y admiración que despierta cada jueves en sus sesiones; no son grandes muchedumbres, pero siempre se ve arropado en su corta y eficaz sesión de trabajo por aquellos que, como comparsas, se acercan cada vez con mayor frecuencia a la cancela que protege su recinto.
Iconografía sobre El Tribunal de las Aguas y las Acequias de la Vega
Grabado de Tomás Rocafort
Ilustra este grabado la obra Tratado de distribución de las aguas del Río Turia y del Tribunal de los Acequieros de la Huerta de Valencia, del jurisconsulto valenciano Francisco Javier Borrull y Vilanova, editado en Valencia, en 1831 y que salió de las prensas de Benito Monfort. El grabado figura en la cabecera del capítulo titulado Del Tribunal de las Acequias, de los deslindes que lo componen, su jurisdicción, modo de proceder no menos breve que importante para mantener en buen estado la agricultura, y Príncipe que lo estableció. Este grabado, sin apenas modificación, sirvió de modelo al pintor Bernardo Ferrandis para su conocido cuadro El Tribunal de las Aguas en Valencia, que se halla en el Museo de Bellas Artes de Burdeos, y del que hay una conocida réplica en la Diputación Provincial de Valencia.
Dibujo de Gustavo Doré
Esta conocida ilustración del no menos célebre dibujante Gustavo Doré, figura en la revista Le Tour du Monde. Nouveau journal des voyages, publicada bajo la dirección de Éduard Charton y que, en este caso, ilustra los textos del viaje del Barón de Davilliers, quien nos habla del origen del Tribunal de las Aguas, la fertilidad de las tierras valencianas y la importancia de los riegos, relatándonos su experiencia:
“no quisimos faltar a la audiencia, y antes de las doce estábamos en primera fila mezclados con la multitud de labradores. los jueces, representando las “acequias” de la “huerta”, ocupaban su puesto y estaban sentados en un sencillo canapé tapizado de terciopelo de Utrecht, perteneciente al cabildo de la catedral, que está obligado a proporcionar los asientos... constituye todo el mobiliario del tribunal: una mesa sería inútil pues el uso del papel, de las plumas y de la tinta es inútil para estos jueces auténticamente bíblicos que nos recordaban al rey San Luis haciendo justicia bajo el roble del bosque de Vincennes”.
Doré capta en sus imágenes el rico colorido y bullicio de una escena que cada jueves se repite ante la puerta de los Apóstoles de la catedral de Valencia: huertanos, simples viandantes, curiosos... y que, entonces como ahora, arropan al tribunal en sus deliberaciones y sentencias.
El Tribunal, por José Benlliure
Figura esta ilustración entre las que realizara el pintor José Benlliure para la lujosa edición que hiciera la Editorial Prometeo de la obra La Barraca de Vicente Blasco Ibáñez. Una vez más, los personajes populares, huertanos, simples viandantes, el perro callejero, que también apareciera en el grabado de Tomás Rocafort, rodean a los síndicos y denunciados del legendario Tribunal situado dentro de su cancela en la puerta de los Apóstoles. Las semejanzas con el grabado de Rocafort, así como con el cuadro de Ferrándiz, son evidentes.
José Benlliure era la sazón director del Museo de Bellas Artes de Valencia, nombramiento que recibió en 1924 y que le suponía una gran responsabilidad en los últimos años de su vida. Sin embargo, se mantuvo fiel al cuadro de caballete desarrollando se propia labor artística que nunca abandonó. Por aquel entonces se enfrentó con una actividad artística que nunca había abordado: la ilustración de obras escritas. Tras su primer trabajo que consistió en poner imágenes a la Vida de San francisco de Asís, escrita por el Padre Torró, recibió el encargo de su amigo Vicente Blasco Ibáñez.
En el triunfal regreso a Valencia del novelista, el 15 de mayo de 1921 y los homenajes recibidos de la Ciudad, Blasco Ibañez visita a su amigo don José Benlliure en su casa-estudio de la calle de Blanquerías, para cambiar impresiones sobre las ilustraciones que está realizando para una edición especial de su novela, que se había convertido en la más popular de sus obras. Tanto era su interés por que Benlliure ilustrara su obra que estaba dispuesto, según había comentado, a ceder los derechos de autor de esa edición en favor de don José, si ello tuviera que ser necesario para convencerlo. Tampoco era la primera vez que se ilustraba esta novela, pues en 1903, el pintor Antonio Fillol lo hizo con 80 ilustraciones, pero no fue grande el éxito de la edición, pese a la valía del ilustrador. En 1932, con la inauguración en el Palacio del Retiro de Madrid, de las Manifestaciones de Arte Valenciano, llamaron la atención las 52 obras presentadas por José Benlliure para la edición de La Barraca. Sin embargo, el proyecto se retrasó, quizá por haber iniciado Blasco su viaje alrededor del mundo, o por haberse entregado a sus actividades en el campo del cine; lo cierto es que el escritor murió el 28 de enero de 1928 y su yerno, Fernando Llorca, gerente de la entonces Editorial Prometeo, pensó en la conveniencia de editar el antiguo proyecto de La Barraca como homenaje póstumo. Salió así a la venta el 2 de diciembre, con 36 ilustraciones de las 52 iniciales, acabada de imprimir en los talleres de la Editorial Prometeo, en la Gran Vía Germanías, 33, de Valencia.
El Tribunal, por Bernardo Ferrándiz
Es, sin duda alguna, la imagen más universal del Tribunal de las Aguas. Bernardo Ferrándiz, uno de los iniciadores de la pintura costumbrista de temática valenciana, comenzó en 1860 en París una carrera artística que le convirtió en el más famoso pintor español en activo antes de la llegada de Fortuny. Tras haber conseguido la segunda medalla en la Exposición Nacional de 1862, celebrada en Madrid, con su obra Las Primicias, becado por la Diputación de Valencia que le permitió ampliar su formación en el extranjero, propuso realizar durante su estancia en París El Tribunal de las Aguas en Valencia, que sería dirigida por el profesor de la Academia Francesa Ms. Duret mientras durara su pensión. Así pues, la obra se inició en 1863 en París completándose durante una estancia de varios meses en Valencia para tomar apuntes del natural. Sin embargo, en el transcurso de un año, el cuadro verá modificado su título por el de El Tribunal de las Aguas en Valencia en 1800, con lo que el cuadro, además de costumbrista pasa a ser un cuadro de historia; las razones hay que buscarlas en el deseo del autor de presentar su obra en la Exposición Universal de Bellas Artes de París de 1864, pues, siguiendo los consejos del profesor Duret, consideraba que en este tipo de de exposiciones tenían muchas más posibilidades las obras de temática histórica. No consiguió el autor la medalla que esperaba, sin embargo, en compensación, el director de la Administración de las Bellas Artes francés, se dirigió al autor solicitando la compra del cuadro por el Ministro de la Casa del Emperador y de las Bellas Artes valorándolo en 6.000 francos; razón por la que se halla entre los fondos del Museo de Bellas Artes de Burdeos, siendo, al decir de C. Reynero (Cfr. «Los pintores valencianos del siglo XIX entre Roma y París», en Maestros de la pintura valenciana en el Museo del Prado. Madrid-Valencia, 1997) la primera ocasión en que una obra de un pintor nacido al sur de los Pirineos era adquirida por los franceses para ser expuesta en un museo. Por haber sido adquirida la obra por el gobierno de Napoleón III, como compensación, en 1865, Ferrándiz se sintió en la obligación de realizar una réplica de la misma para entregarla a la Diputación de Valencia que había financiado sus estudios; la prensa local se hizo eco de ello (La Opinión del día 3 de septiembre de 1865, señalaba como “el Sr. Ferrándiz se halla terminando una notable repetición del cuadro El Tribunal de las Aguas, obra destinada a adornar uno de los testeros del nuevo salón de juntas de la Diputación provincial”). El Tribunal de las Aguas es una obra esencial por su carácter emblemático, porque refleja una realidad presente fuertemente enraizada en la historia valenciana y en la época en que fue pintada venía a ser como un símbolo de las libertades forales perdidas. La meticulosidad de detalles de la obra, la indumentaria, constituyen una riquísima fuente de información sobre la vida de los valencianos del siglo XIX que B. Ferrándiz conocía bien; incluso entre los personajes, algunos de ellos son cercanos al pintor; su padre encarna al presidente del Tribunal y algunos de sus profesores de la Academia de San Carlos se hallan retratados como síndicos del mismo. Recientemente en el año 2004, la Acequia de Robella ha podido constatar, que el síndico que aparece en el cuadro sentado en tercer lugar (empezando a contar por la izquierda) es Don Salvador Aleixandre Tarrasa , que por entonces era el síndico de dicha Acequia, lo que hace dudar de la opinión anterior vertida en el amplio estudio realizado por C. Gracia (El Tribunal de las Aguas. Ferrándiz ante la Modernidad. Valencia, 1986).
Ernesto Furió y Arturo Ballester
También en nuestros días, diferentes artistas, grabadores, pintores... en su diario quehacer nos han representado en sus obras la pervivencia de todo lo valenciano, de todo aquello que en cada rincón de la ciudad, de la ya escasa huerta que la circunda, nos recuerda nuestra identidad y queda como memoria de la misma en ilustraciones de libros y publicaciones de todo tipo. Sirvan como ejemplo las ilustraciones que, propiedad de D.Vicente Giner Boira, fueron incluidas en la primera edición desu obra El Tribunal de las aguas. Realizadas por Ernesto Furió y Arturo Ballester, artistas tan profundamente valencianos como lo fue el autor.
El primero, catedrático de grabado en la Escuela de Bellas Artes de Valencia, maestro de tantas generaciones, premio nacional de grabado en 1947 y medalla de oro de la Sociedad de Grabadores, prolífico acuarelista en los últimos años de su vida, contribuyó con una de ellas en la obra de Giner Boira por la amistad que les unía. El segundo, Arturo Ballester, aportó una hermosa reproducción del Tribunal con cariñosa dedicatoria a quien entregó tantos años de su larga vida a esta institución, así como a todo lo valenciano: “Al amante de las Bellas Artes, don Vicente Giner Boira, amistoso recuerdo. Arturo Ballester”.
El Gancho
El gancho, emblema del milenario Tribunal de las Aguas y fiel testigo, junto a los apóstoles de la gótica puerta de la Seo de Valencia, de sus deliberaciones a lo largo de los siglos. Así lo vieron Gustavo Doré, Tomás Rocafort, José Benlliure, Ferrándiz,... y cuantos dejaron en su obra gráfica testimonio de esta querida Institución, orgullo de todos los valencianos, modelo de institución jurídica de mundial reconocimiento.
Paco Roca Ortí, alguacil del Tribunal durante los últimos veinticinco años |
Este rudimentario y ancestral instrumento, siempre presente en la vida de los pueblos agrícolas del Mediterráneo, fue de gran utilidad en su diario quehacer. Pese a su apariencia ofensiva, su impropia forma de arpón que presume ataque o defensa, no podían ser más pacíficos sus fines ya que, para solucionar problemas y dirimir litigios, estaba el Tribunal que, ecuánime e inapelable, deliberaba y sentenciaba cada jueves, a las doce en punto, en la Puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia, escenario de sus actuaciones. El gancho era, y es, el instrumento de trabajo cotidiano de los guardas de la acequia. Su utilidad primordial es la de levantar las compuertas de los partidores para que el agua discurra por la acequia en busca de los campos que va a regar; además, se muestra como el instrumento más eficaz para deshacer embozaduras y liberar de obstáculos las acequias. Su punta, cual improvisado arpón, ayuda a capturar la tabla que al guarda se le escapa aguas abajo. El alguacil, su portador en los actos oficiales y cada jueves en las deliberaciones del Tribunal de las Aguas, grave y solemne, vistiendo su blusa de huertano, inicia las sesiones llamando desde la puerta de la cancela: “¡Denunciats de la séquia de Quart!”.
El Turia y sus Acequias
El origen de esta fuente de la Plaza de la Virgen de nuestra ciudad se remonta a la década de los cuarenta del pasado siglo. En efecto, en enero de 1944, sobre unas gradas, se instaló la taza de una fuente que se dedicaría al canónigo Liñán por su destacado protagonismo en la traída de aguas potables a la ciudad. Sin embargo, las obras quedaron paralizadas hasta que se llevó a cabo la última reforma de la plaza de la Virgen. Después, el proyecto fue sustituido por otro que situaba una gran fuente más próxima a la calle de Navellos, dejando un espacio más diáfano para las grandes celebraciones que habitualmente tienen lugar en esta plaza. En esta fuente, se representa al río Turia personificado en un gigantón recostado, portador del cuerno de la abundancia, o de Amaltea, como símbolo de la riqueza que suponen sus aguas para la fértil vega de Valencia. A su alrededor, sobre pedestales, ocho figuras femeninas de adolescentes desnudas, portadoras de sendos cántaros de agua que vierten en la taza de la fuente, recuerdan las ocho acequias de la vega. La figura del padre Turia tiene evocaciones clásicas y recuerda las figuras de la antigüedad que personifican al Nilo, al Tíber o la hermosa fuente barroca de Bernini dedicada a los Cuatro Ríos que se halla en el centro de la romana plaza Navona. Las figuras fueron obra de Manuel Silvestre Montesinos, Silvestre de Edeta. Se inauguró el año 1976.